Había tantas ideas en mi cabeza, las dudas de siempre, las voces que se habían hecho fuertes ante mi falta de ganas de luchar para no escucharlas… Había cosas alrededor, un "miedo" a lo desconocido, o tal vez a lo ya conocido.
Quizás, eran solo ganas de tirarme al piso y de que alguien me levantara, pero, esta vez no había nadie... No vino un príncipe, menos un sapo azul, no vino un héroe y solo estaba yo.
Entonces, todo pasó, como pasan las cosas, así, sin que las planee, las respuestas vinieron a mi de donde siempre supe que vendrían pero que no creí que estuvieran...
Había tenido tantas dudas de mí, de mi capacidad para "volver a amar", de mi capacidad para "hacer", para "resolver", e incluso de mi capacidad de "ser". La tonta idea de las "parejas" iba y venía en mi cabeza, debilitando mi alma con su pasar, contribuyendo a alimentar mis miedos y reforzarlos de una forma muy sutil.
Finalmente, tras una serie de cosas supe o recordé quien era yo. Lo había decidido hacia tanto tiempo, que se volvió parte de mi, algo inherente, algo contra lo que no podía ni quería luchar. Era un hábito, o quizá una habilidad, era una obligación, pero también era un derecho, era un "don"... Era algo que había cultivado y que realmente me hacía feliz.
Tal vez, el hecho de que lo hubiera asumido antes de tomar conciencia, hizo que lo olvidara, pero, eso mismo ayudo a que cuando tuviera que tomar una decisión no tuviera miedo de mi capacidad…
Un día llegó, recuerdo que fue un día entre semana, por que yo hacía tarea. Hubo una gran revolución, pues (para variar), mi abuela había hecho compras con anterioridad y ahora no encontraba el obsequio, y aunque buscamos por mas de una hora, no fue hasta después de tres meses que apareció.
“Brandon” (como yo solía llamarlo en esa época), llegó con prisa y preocupación, era tarde y tenían que salir corriendo (según recuerdo) a Texcoco. Lo que paso después no lo recuerdo, o al menos no con detalle, pero un día llegó a vivir a un lado de mi casa. Era una cosa pequeña, hinchada y fea. Tenía los ojos grises y para cuando cumplió los 6 meses era la cosa enana más hermosa que yo hubiera visto. Aprendí, a cambiar pañales, a cantar canciones, a dar de comer. Aprendí tantas cosas y conocí un amor que nunca antes había sentido. Me enamoré de una “Monkiki” que poco a poco fui viendo crecer, que cuide cuando tenía miedo, que consentí y que regañe. Que adopté como mía los fines de semana durante 6 hermosos años…
La vida siguió su curso y fue momento de tomar mis decisiones y asumir mis responsabilidades. La “historia” (al menos la que yo conocía hasta ese momento), me decía que no debería tener miedo por decidir, pues yo tenía la capacidad de resolver las cosas, así que aunque nunca lo planee, cuando tuve que tomar una decisión la asumí con gusto y emoción.
Por aquél tiempo, hubo muchas voces diciendo que yo fracasaría, pero, yo no tenía miedo y cuando al fin observé, esos ojos de chino que poco a poco se abrieron, supe que ya no habría mas de que temer.
La primera noche, reforzó mis ganas de ser y estar… (sigh)… Lloró y yo no sabía que era, no era hambre, no era sueño, no era frío; ahora creo, que era tristeza de no sentirme cerca. Entonces (así, sin pensarlo mucho, casi por instinto), tomé esos 30.5 cm. con 3.250 kilitos de amor y los puse sobre mi pecho, para prometerme y prometerle siempre tener mi corazón cerca del suyo, para recordarle que aunque ya no era parte de mi, yo siempre estaría ahí, para ella, para cuando me necesitara, para amarla, para cuidarla, para ayudarla a levantarse cuando se cayera, para alejar sus miedos y reforzar sus fortalezas, para corregirla cuando se equivocara, para verla crecer y para cuando fuera su momento dejarla volar… (sigh)… acaricie su diminuta espalda, la abrace a mi pecho y entonces, dejó de llorar…
No había mas lágrimas, ni tristeza, ni dudas, ni miedos… yo había optado por ser mamá y era algo que ni si quiera estaba dispuesta a negociar. Llevaba demasiado tiempo siendo “mamá” que lo había olvidado, había empezado mucho antes de que fuese mi momento, que para cuando fue mi gusto, no me costó trabajo.
Lejos de hacerme sentir mal, todo lo que pasó, me dejó más tranquila. Saber que aunque yo no me diese cuenta, yo era(soy) mamá de tiempo completo me hace feliz.
Hay muchas “habilidades” que no desarrollé, pues evidentemente, me salté mas etapas de las que yo misma sabía que hice, pero, quizás el tiempo me vaya dando esos dones para ser un ser humano integral; creo, que finalmente.. “it’s just a matter of time”.